viernes, 3 de mayo de 2013

L4 PL4NT4 D3 JUD14S


Soñé con un hombre cayendo del cielo, vestía un pijama rayado, se parecía al que usaba cuando yo era niño, no sé por qué en esa época todos usábamos pijamas a rayas, como si desde niños nos quisieran decir que somos prisioneros. Tengo grabado en la cabeza el primer día del colegio, la sensación penetrante de estar siendo comido por un animal gigante, quizás la misma sensación que siente una mosca al ser comida por una araña. Mi primer prisión fue el colegio, doce años eternos de condena: Formación militar a primera hora del día, rezar, cantar la canción nacional, luego caminar en fila como soldados hasta llegar al salón de clases, luego un día interminable de contenidos fríos y cuadrados a la fuerza, entregados por profesores, la mayoría amargados y de color gris y siempre con la excusa de la maldita disciplina: “Levanta la mano antes de preguntar”, “no hables con tus compañeros”, “no te muevas mucho”, “la corbata y las uñas”, y un sin fin de reglas estúpidas de un sistema educativo estúpido, mantenido por seres mediocres y estúpidos para crear más estúpidos y así multiplicar interminablemente un estado de cosas donde la mayoría es estúpida y la minoría hace lo que quiere con esos estúpidos. De niño me leyeron el cuento en donde una planta de judías crecía y crecía hasta llegar al cielo, me impactó tanto ese cuento que decidí ponerlo a prueba, no una vez, sino mil veces. la verdad es que he perdido la cuenta total desde que comencé con el experimento pero deben haber sido cercana a las mil. Un día vi a una señora que empujaba un carro, en él llevaba una extraña planta, digo que era extraña por que tenía un brillo fosforescente, la señora pensaba mientras la observaba, que cuando llegará a su máxima altura podría arreglar el tejado de su casa.... Fue en ese momento cuando descubrí que era la planta, la dichosa planta de las judías mágicas. 
- Señora! Señora! 
-¿podría decirme de donde sacó esta hermosa planta?
-Ya te has dado cuenta eh.
-llevo miles de pruebas con diferentes judías y aún no lo consigo.
-Es que has probado con las judías de tienda o las de supermercado, esas ya están muertas y no sirven, tienes que usar judías de abuela. Debes pedirle a tu abuela que te regale judías vivas, ella sabrá de que le estás hablando.

Ese día llegué a casa decidido a visitar a mi abuela tan pronto como pudiera. Pasé toda esa tarde imaginando, primero plantando las judías, luego viendo crecer la planta, después imaginé a la planta llegando hasta el techo, mientras imaginaba me paseaba por casa cuando de pronto vino a mi mente un recuerdo; tres años antes mi abuela me había regalado una olla de barro con algo en el interior, como yo cumplía siete años me pareció otra de las locuras de mi abuela, porque dicho sea aquí, mi abuela estaba completamente loca, lo decía todo el mundo, para mí era un ser extraño y fascinante, lleno de momentos  diferentes a todos los demás. Bueno, recordé la olla y decidí buscarla por  casa, finalmente la encontré dentro de un armario, mi madre la había guardado allí, como lo hacía con casi todas las cosas. La sorpresa no fue sorpresa pues yo sabía muy bien que la olla guardaba judías, sólo que el colegio y su régimen carcelario ya había comenzado a hacer su efecto, obligando a que dejara mis antiguos experimentos con las judías.
Abrí la olla y claro, las judías seguían allí, intactas y con ese extraño brillo. Mi madre me dijo años después que nunca las cocinó por ese brillo, temía que estuvieran descompuestas o algo así. Ese mismo día las plante en una maceta muy grande en el jardín trasero de casa, en un rincón poco visitado, sabía muy bien que debía proteger a la planta de los curiosos. Los siguientes días la planta creció  más o menos un metro cada día, llegando la primera semana a alcanzar el techo, al final de un mes ya era gigante y parecía un nogal de quinientos años de edad, luego de un año llego a cruzar las nubes. Ahora me preguntareis como la gente no la veía, pues no me preguntéis por qué, aunque lo sé todo, eso es lo único que se me escapa. Nunca he comprendido porque la gente no podía ver esa maravilla de la naturaleza, mi explicación es que como todos pasan por el colegio, ese triturador de cerebros, algo les pasa que dejan de ver las cosas como son, en mi caso es diferente, porque antes de entrar al colegio decidí ser un narrador omnisciente de la realidad y gracias a eso el sistema carcelario escolar nunca hizo en mi el daño que hace en todos los demás.
La planta siguió creciendo sin parar y aún sigue haciéndolo en el jardín de mi casa, en mi país natal. El año dos mil me fui a vivir a diferentes lugares y terminé viviendo en Madrid, donde escribo estas letras ahora. De vez en cuando recuerdo mi planta de judías y otros recuerdos del mundo tal cual es y suelo contarlo a algunos amigos o escribirlo para que la gente común y corriente pueda ver como son las cosas en el bello mundo donde viven. Supongo que alguno despertará a ratos y podrá ver lo que yo veo a cada instante y también creo que en esos momentos la gente hace cosas nobles, escribe poemas o pinta cuadros o compone sinfonías, ese tipo de creaciones suceden cuando la gente puede ver el mundo tal cual es. Una vez me llamo un amigo, desde mi país natal, su voz temblaba de emoción por el teléfono, 
- Pablo!!! en tu casa hay un árbol gigantesco!!! 
- Sí es verdad le dije, por favor, ¿podrías regarlo mientras puedas verlo? 
Ese amigo nunca más volvió a llamar, es lo que siempre pasa, la gente despierta a ratos y luego vuelve a dormirse y ya no recuerdan nada. 
Cuando la planta de judías cumplió cinco años decidí sacar algunas judías de sus vainas, las que da tres veces al año, y meterlas en cartas, en total tres mil trescientas tres cartas. En las cartas puse direcciones de todo el mundo, elegidas al azar y una fecha de entrega significativa para cada dirección, por eso aún no han llegado, dentro de cada sobre hay una judía y una nota que dice: “La vida es como las amapolas, tan divina y tan mortal”.

© Reservados derechos de autor

No hay comentarios:

Publicar un comentario