jueves, 11 de abril de 2013

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Puede ser tan corrosiva la calma como la ansiedad insatisfecha, esas ansias de comenzar permanentemente algo, algo que está en medio de un océano que uno divisa desde lejos y que desea alcanzar. Los barcos pasan más tiempo en mar abierto que en los puertos y ese es justamente el problema. Siento a veces que paso más tiempo en el dique seco que en las aguas a las que me debo, me sonroja sólo la sequedad del puerto, la anestesia de las pasarelas que llevan de un muelle a otro, los amarres de sogas húmedas y viejas, los turistas, las grúas, los marineros borrachos, los capitanes mentirosos, los aranceles aduaneros, los barcos medio muertos que no zarparan nunca más, las aguas poco claras de las orillas, los vendedores de cruceros, las putas viejas del puerto, los hierros oxidados de partes sobrantes. Me sonroja estar aquí en medio, más tiempo del que debo, si levanto la mirada y miro hacia el horizonte, ese terciopelo entregado, extenso y sin dueño, siento una voz, un empujón, un "lánzate carajo"!! y se me revuelve el estomago más allá de las tripas, porque todo se me hace estomago, todo se me hace digestión, un masticar permanente de sustancias espesas. Me han preguntado más de mil veces por qué hablo tanto del mar, de las aguas, de los puertos, de los marinos y sus amantes, de por qué estoy siempre mirando al océano o siempre hablo de las aguas profundas en las que navego. Nací en un país que está siempre flotando, intentando encontrar un rumbo, un país en donde la mayoría de sus gentes nadan para no ahogarse, un país de marineros medio borrachos y medio desterrados de una tierra sumergida. Los que nacimos en ese país estamos siempre en medio de las aguas o casi siempre y cuando nos llevan a un lugar seco, a un puerto medio seguro, se nos marea la cabeza y el corazón se nos hace un pez fuera de aguas y respiramos con mucho esfuerzo y aleteamos y nos escurrimos como peces iracundos, como algas cenagosas. No nos gusta el aire seco de las orillas, no nos gustan las noches cortas de los puertos, porque en el océano las noches pueden durar años y la humedad lo contempla todo, la humedad te contempla a ti y te mantiene húmedo, te mantiene ágil, te mantiene con la espalda y el pecho prestos al nado y la tormenta. ¿Como explicarle eso a quien nació en tierra firme? ¿Como le cuento a un ser de orillas lo que se vive en la incertidumbre de un mar profundo, flotando como un madero? ¿Sabías que los condenados a muerte escriben mucho? Bueno pues eso es lo que siente, uno que nació en medio de las aguas, como una condena a punto de expirar, a punto de llegar a término, porque las aguas son esa sapiencia en la muerte segura, esa seguridad de estar vivo, pero completamente vivo, tanto que se pude morir ahora mismo. Los que hemos nacido en una isla flotante y a la deriva, que con los sones de un tango le fueron amamantando, como a un bebe al borde de la muerte . Por mis venas corre agua salada y peces rojos y algas fosforescentes y miles de barcos perdidos con sus marinos contándome sus historias perennes, sus historias de sal y sogas, de mástiles reforzados con los años en contra y el viento húmedo creando surcos como cicatrices, marcando sus rostros de hombres recios. Por todo esto me sonroja el estar aquí, entre blandos arrecifes, entre descoloridos muros. Todos los marineros saben que antes de las tormentas y de los hundimientos soplan aires cálidos, todos saben que el cielo se torna raro y que los peces huyen hacia el fondo, todos los marineros saben que antes del naufragio los barcos crujen y gimen y lloran una canción nostálgica y no le temen a ello, saben que el destino de un marinero es la muerte en alta mar y sonríen frente a ello. Esa es la nobleza del estar vivo, el saber que mañana se puede estar muerto, el saber que el beso de hoy puede ser también la despedida del mañana. Los que nacieron en tierra firme piensan vivir eternamente, no reconocen la brisa de la tormenta y mucho menos la cercanía del naufragio y se duermen tranquilos en sus noches cortas y salen a comprar sus frutas y sus panes cada mañana pensando en la eternidad de sus vidas aseguradas y besan a sus hijos como si fueran también eternos y no cuidan de sus parejas, pues las creen tan seguras como sus pijamas de cada noche. Los que nacimos en medio de las aguas sabemos que eso no es cierto y por eso besamos con pasión sin limites a nuestros hijos y cuidamos de nuestros amores como si en ello nos llevara la piel y abrazamos a nuestros amigos como si fueran los únicos y dormimos con un ojo abierto en las noches eternas, para no perder un segundo de estrellas y amamos la vida como a dios mismo y nos entregamos a ella como se entrega la piel al amante y nos incomodan los puertos y las certezas como si fueran trajes de un vecino muerto. Sabemos muy bien que cada día es cada día y todo lo que tenemos es la piel que llevamos encima y que la ropa que llevamos es prestada y que la casa en que vivimos es transitoria y que hasta el nombre es un sombrero que se puede llevar el viento y que los bienes no son cosas sino abrazos y que nada está realmente seguro, aún cuando vivamos en una caja fuerte y que el amor lo es realmente todo y que el verdadero éxito de un hombre no es más que el estar vivo.

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